martes, 25 de abril de 2017

Me han contado una cosa de las escuelas

escuelas de fotografía


Llevaba años detrás de escribir este artículo, pero el tiempo, las dudas y la falta de perspectiva me retrasaban cada vez más. Pero por fin ha llegado el momento de hablar de uno de los aspectos más negativos de las grandes escuelas de fotografía en España.

Creo que es uno de los grandes problemas que te puedes encontrar si decides entrar en una de las escuelas de fotografía privadas que hay por todo el mundo. Son muy caras, pero los equipamientos, las licencias y sobre todo la calidad del equipo de profesores exige en la mayoría de los casos esos altos precios que a más de uno les puede echar para atrás.

Reconozco que es una de las sensaciones más emocionantes que puedes sentir cuando por fin cruzas la puerta del centro que hayas elegido para aprender los próximos meses todos los secretos de algo que te apasiona. Primero es tu pasión, y segundo has invertido mucho dinero de tu propio bolsillo.

Esperas que tus compañeros tengan las mismas ganas que tú o más en aprender y compartir todo tipo de conocimientos. Desde técnicas hasta autores clásicos o desconocidos. Y lo único que deseas es pegarte a tus profesores para absorber, en el buen sentido de la palabra, todos esos conocimientos que tienen preparados para enseñártelos.

En mi caso, en el paro después de mucho tiempo trabajando sin parar, en un momento personal muy difícil a medio camino, el año que dediqué a aprender en una escuela privada fue tremendamente provechoso. Mucho de lo que aprendí entonces sigue siendo un pilar de mi vida profesional actual.

El problema de las escuelas

Y llego a lo que me ha llevado a escribir este artículo después de pensarlo y meditarlo muchas veces. Cuando he sido alumno y llevo más de diez años como profesor de fotografía. No todo el mundo sirve para fotógrafo profesional. O mejor dicho, no todo el mundo tiene el entusiasmo necesario para serlo.

En todas las escuelas que he pisado, tanto como alumno o como profesor, siempre ha aparecido esa figura del alumno que está ahí porque no sabe qué hacer con su vida. Parece que está ahí porque alguien le ha obligado. O peor aún, alguien también se lo está pagando.

Un curso profesional de fotografía es todo menos barato. Y muchas veces no logro entender qué ha llevado a alguien a tirar el dinero de semejante forma. Y no sé de quién es la culpa, sinceramente no lo sé.

La historia 

Voy a contar una historia de hace mucho tiempo, que he vivido varias veces a lo largo de mi vida. Una chica de 20 años. No sabe qué hacer con su vida. Sus padres no saben qué hacer con ella. Parece que le gusta hacer fotos con el móvil.

Los padres le preguntan que qué quiere hacer con su vida y ella dice que le gusta hacer fotos, pero nunca ha visto una exposición y no sabe quién es Cartier Bresson. El gran problema realmente es que ni le importa. Sin embargo disfruta con sus likes en Instagram.

Así que los padres aconsejados por unos amigos o el cuñado con hijos perfectos colocados todos en grandes empresas deciden ir a buscar escuelas de fotografía donde puedan dar un futuro a su hija. En la escuela les dicen que sin problemas. Que si es capaz de aprovechar el ritmo de trabajo, estudio y esfuerzo que impera en sus instalaciones llegará a ser una gran profesional responsable.

Sin dudarlo pagan la matrícula a su hija de 20 años. Es muy cara pero seguro que la niña aprovechará el tiempo. Ella está encantada de momento. Desde que dejó el instituto no ha pisado un aula. Encima le van a comprar un portátil de última generación y una cámara de fotos que les han dicho en El corte chino que es muy buena. Y va a poder ir a la capital a la casa que está vacía en pleno centro desde que se murió la abuela. Y encima le dicen que no se preocupe por nada que tiene que estudiar.

Los primeros días son días de conocimiento y esparcimiento. Algunos alumnos parecen más serios, pero otros están con ganas de fiesta. Son jóvenes, dicen que creativos y están en una escuela cara. Pero según avanzan las semanas ella descubre que la fotografía no es dar un botón. Que hay que pensar y trabajar ante todo. Y eso no es lo que esperaba.

Así que con unos cuantos compañeros de clase empiezan las quedadas en las que las cámaras se olvidan en el fondo de la mochila. La supuesta visita a una exposición es una excusa para terminar en los bares de la noche... Total, que muchas veces por las mañanas lo último que te apetece es que te hablen de teoría fotográfica.

El desenlace de estas historias

Porque a estas alturas ya os habréis dado cuenta de que estoy hablando de varias historias es el de siempre. Casualmente los que menos suelen aprovechar los cursos profesionales son aquellos que han dejado a sus familiares que les paguen el curso.

En muchos casos los padres de estos chavales acuden a los directores de las escuelas escandalizados por el poco rendimiento de sus retoños, intentando buscar una explicación satisfactoria. Han pagado una gran cantidad de euros y esperan resultados, como si pagar fuera garantía de título...

Y en alguna ocasión he visto como gente sin hacer una sola fotografía decente, sin mostrar el más mínimo interés por la profesión, han conseguido al final ese papel que certifica que has completado el ciclo.

Personalmente no sé a quién echar la culpa, si es que alguien la tiene. Muchos creen que algo creativo es la salida más sencilla para sus hijos. Y creen que por pagar todo está hecho. Que con A consigues B. Los títulos de las escuelas de fotografía por sí no sirven de nada. Solo si tu trabajo es bueno algunos mirarán con curiosidad tu currículo. Y estoy convencido de que si aprovechas al 120% todo lo que enseñan, es una de las mejores inversiones que puedes hacer.

Pero también creo que las escuelas tienen algo que hacer. Es verdad que en los tiempos que corren no pueden rechazar el dinero de los padres porque el alumno no quiere estudiar. Es su problema. Pero tampoco deberían crear falsas expectativas, con historias de que su retoño de 25 años es bueno pero se disipa mucho... Y tienen que dejar muy claro que aunque sea duro, no todos sirven para hacer fotos de forma profesional.

La protagonista de esta historia dejó de ir a los cinco meses sin que sus padres lo supieran. Las fiestas en su casa retumbaban en los oídos del vecindario. Algunas veces me dijeron que se acercaba para recoger a los colegas. Y que el último día de clase se presentó con sus mejores galas, emocionada, a recoger el diploma por un año lleno de esfuerzos. Sus padres le abrazaron y todo.




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